martes, 24 de julio de 2007

La Fuga


- Estoy algo dormida- dijo mientras bostezaba aburrida de la misma realidad una gota de agua metálica suena en la bacha de la pileta tic tac ad eternum en off tras las palabras el chillido de la ventana anuncia el viento que se desprende de la tormenta que se avecina los detalles del ruido ni siquiera pueden con la quietud y el silencio matutino, mira por la ventana de una ciudad en sueño aún y bosteza.

-No hay nada para hacer-pensó casi en vos alta mientras se ponía los pantalones en forma mentalmente masculina "no desearás a la mujer propia" los pasos rechinaban en el parquet como puestos a propósito para notar que no había nada para hacer que no había actividad que no había deseo que no había existencia no tuvo más remedio que descansar (o eso pensó) en el sillón como medio estirado con la cabeza en el apoyabrazo floreado de un tapiz estilo barroco... y ahí permaneció acostado como esas modelos rechonchas del arte renacentista con lebe diferencia genética.

-No recuerdo que soñé anoche- pronunció ella mirándo el estampado horrorozo del sillón y como cortinas viejas pestañó no se había lavado la cara las lagañas se le veían ya no le importaban un signo más de los años y de la inexistencia de los puentes y causas.

- Si me preguntás en qúe pienso no podría explicártelo- desde el sillón no podía explicárselo porque no pensaba en nada corría con la vista perseguía el recorrido de la mosca que entraba por una de las ventanitas redondas de la galería ahullentada por las primeras gotas que lentamente soltaba el cielo opaco de miradas como las de ella.

-¿ Siempre tuvimos ese cuadro de payasos tristes?- admirada por la nueva decoración que creyó ver paredes siempre iguales que rodeaban bordeban la vida en una atmosfera absurda sin matices alteradores de emoción y endorfina no creyó en nada nuevo y así como habia tomado la palabra arrepentida la dejo junto con la taza del desayuno sobre la mesada.

-No puedo darme el lujo de aburrirme, soy feliz-pensó mientras estiraba las dos piernas a lo largo del sillón y se tocaba el pelo eternamente aburrido de estar de estar postrado en el sillón en esta casa en esa ciudad en este suelo pero ya no tenía a dónde ir la juventud lo había abandonado sublime hacia nuevas miradas hacia nuevos espíritus ahora deshechos.

-Voy a ir a costarme al lado tuyo-. Les costaba respirar y en ellos no se veían signos vitales (deseaba desear) (?) pero ya no disfrutaban la mutua compañía acompañante la inexistencia los había dormido en un sueño ensueño profundo de días como esos siempre siembra de mañanas de verano con lluvia caliente donde no se presentaban más que sus cuerpos casi quietos a la distancia palabras sueltas desvinculadas de actos desinteresados en la casa que creían ver les pertenecían tanto que se metamorfoseaban con ella siendo un reflejo del espejo estatico que los unia desunia eran ellos mismos sin cambio sin color gris sin emoción sin elección sin vida en una vida para siempre juntos.

lunes, 16 de julio de 2007

Las caras del mundo (hoyuelos en la sonrisa)

Las mil caras de una moneda reversible no son más de las que yo creo
¿creer? ¿qué creemos creer?
La misma cara que te enseña que todos sabemos mentir y fingir las otras novecientas facetas
"ahora soy la mirada que te ama y calla sin boca las palabras del vacio facial esa que te busca entre las "caras" y "caretas" del mundo estético cansado de posar la que no puede esperar otras facciones nuevas otras muecas alternas ¿qué cara será esa?"
No somos más de los que pensamos la libertad condicional muralla los gestos distintos y transforma modelos en estatuas de sal y arena en maniquies de plástico derretible serie dramatúrgica como lados del dado dado por nosotros a nosotros mismos consecuentemente.
"¡no! no me reconozco así, yo no soy" exterminación plástica de nuevos seres que no serán
" te veo con la boca y con ella imagino tu sorpresa expresional por la nitidez bucal que empiesa y termina ahi desde el beso hacia el beso no lo niego hay más que eso ¿basta? ¡basta! "basta" basta..."
El hombre que siente profundo (estás) solo
La perpetuidad de identidades que se lleva el mundo consigo la esquizofrenia de "otros" que vivimos una vida tomada una vida prestada al contado de la firma existencial
"quise saberte y no tuve mejor sensaciónimpresión que la de oler sentir primitivamente reconocí tu paso por acá fragancias indescriptibles suscitan hechos indesibles ¡no! no porque no se puede porque solo- sólo huelo tu presencia a mil kilómetros y ahi de repente tu todo y mi único elemento "
Hechos de sabiduría la "mujer" y "hombre"son uno mismo diferenciable de la naturaleza omnipresentes dueños siervos esclavos espirituales humanos carnales resurrección escolástica de una mentira dogmatizada nos parecemos más a dios que a nosotros mismos voluntad o desidio "¡silencio! ¡más silencio! (+ x -) te interpreto desde acá desde lejoserca agudizo lo neutro y no hay alternativa más satisfactoria que saberte oyendo esta es la cara sin nada en el centro este es el rostro sin rostro"
Nadie es igual ni parecido a nadie ¡mentira! ni a nosotros mismos no voy repetir la justificación "soy yo la que te toca con toda o ninguna sensibilidad a travéz de un perfume te descubre en su cama encuentra tu presencia en la ceguera del sol cuando se lo mira de frente desgusta los encuentros y desencuentros en cada glándula y entre tantas, quien para una pausa significa una semiosis literaria del infiernoparaiso" "te sé, te me"

miércoles, 11 de julio de 2007

Gualicho Perceptivo

Las llamas de fuegos anteriores nos convocan nuevamente
luz calor se inflaman en una unión cósmica entre los cuerpos.
Elementos dispares, elementos inpenetrables.
La brujería nos había cazado en torno a la hoguera, una hoguera humeante y roja...
que casi no se deja ver era ahí dónde pereceríamos nosotros y tantos otros nosotros y el desconsuelo nosotros y el temor...
"lejanas son las primaveras, cuando hay inviernos como éste"-pensó mientras se ataba los cordones (?) la inmundicia de saberte y pensar esto igual lo decidí, acá junto al fuego voy a quemarte vivo como a un papel predecible inrenovable de nuestra vieja actuación
No puedo creer como lo que iba a decir, no lo estoy escribiendo.
Las chispas saltan locas hullendo del infierno que todo lo absorbe, todo lo devora
"la noche es cálida pero en la piel se siente hostil, la desnudez sonroja y pide disculpas"
La ceremonia comienza y todos se miran; ya saben que van a decir
<< ¡Deben morír!>> al unísono, todos los sentidos
Justificación:
Deben morir porque sin más nunca dejarán de ser porque la existencia se le fue dada por error
"la hoguera está encendida puedo olerla, puedo maldecirla"
"sé que no querés morir, pero parece necesario"
Y el rojo nos alumbra la cara y... "tengo la sensación de haber estado aquí"
VIENTO FUEGO TIERRA AGUA
Cuatro elementos de un mismo círculo
Voy q quemarte vivo, porque aún lo estás
voy a quemarte vivo, porque aún querrás
voy a quemarte vivo, porque aún desearás
Cantos macabros cuentos desquisiados una falsa alabanza y vos... más (?) la escarcha en el fondo de tus ojos que ya no tienen color ni son sudando gotas de sal caen se cristalizan se rompen
De la transformación nacerán flores y dos seres nuevos distintos aislados vivirán en plenitud separados nada les faltará nada le dañará porque se tendrán a ellos mismos
Gualicho de olvidar apocalipsis now saledad de dios despedida transformación...
No voy a esperar que salgan las estrellas hoy.
Macumba el temor los tambores la resurreción el delirio los despojos nichos
"sin que supiéramos o deseáramos enfrentaron nuestros cuerpos el recuerdo en nuestras mentes tus ojos en mi pecho mis labios en tu vientre una mano en un cuello los dedos entre los dedos la pierna entre tus piernas tu nariz en mi oreja
la libertad a tu disposicón la melancolía entre cejas el dolor al alcance
y la felicidad detrás de un espejo al que no se llega por reflejo"
Mutación desaliento mal olor mal miento
Cambiaste mi mundo
Metamorfoseaste lo distinto
Transformación energética del olvido
Un bien a la humanidad
(entre tanta mierda primitiva)
"te escucho":"no voy a dejarte morir"
...empieza el comienzo del fuego.

lunes, 9 de julio de 2007

The End Of The World (The Cure)


Go if you want to
I never try to stop you know there's a reason
For all of this you're feeling low
It's not my call
You couldn't ever love me more
You couldn't love me more
You couldn't love...
Me...
I don't show much
It's not that hard to hide you see in a moment
I cant remember how to be all you wanted
I couldn't ever love you more
I couldn't love you more
I couldn't love...
You want me to cry and play my part
I want you to sigh and fall apar
We want this like everyone else
Stay if you want toI always wait to hear you say there's a last kiss
For all the times you run this way it's not my fault
You couldn't ever love me more
You couldn't love me more
You couldn't love...
I couldn't ever love you more
I couldn't love you more
I couldn't love...
You want me to lie not break your heart
I want you to fly not stop and start
We want us like everything else
Ooo-eee-ooo... Ooo-eee-ooo...
Maybe we didn't understand
It's just the end of the world...
Ooo-eee-ooo... Ooo-eee-ooo...
Maybe we didnt understand
Not just a boy and a girlIt's just the end of the end of the world...
Me... I don't say much
It's far too hard to make you see in a moment
I still forget just how to be all you wanted
I couldn't ever love you more
I couldn't love you more
I couldn't love you more
I couldn't love you more
I couldn't love you more
I couldn't love you more

miércoles, 4 de julio de 2007

Lo Anárquico y el Surrealismo

Cuando el infierno es uno mismo, y todo en vos se prende fuego
como un montón de hojas secas,
Cuando arde en la mirada cada palabra que decís o pensás
Cuando no encontrás salidas que no salen las heridas
Es justo en ese preciso momento
cuando no me importas un carajo
ni tan arrepentido,ni tan pobre.
¿Quién tiene la culpa, sino soy yo?
¿O es esta esquizofrenia instantanea que viene en sobre
la que no deja de olvidarte?
Es en ese momento en el que te recuerdo
como mil partículas en el aire
flotando en el espacio
respirando en el vacio
Y nada ni nadie puede escucharte
gritar más que yo
ahogándote
Porque a veces ensordecedora,
una música de mil chips y dígitos-plaquetas
estalla, estalla, esta, esta, ya!, ya!

El oído no oye solo ve ve mil luces en la negrura de algún techo mil luces de colores el humo un flash las luces un flash las manos una súplica un ruego manos arribas un flash los gritos
vos, mi cuello, un beso, el flash
el público arde en ese fuego y quiere más las manos el flash las luces la música los dígitos lo absurdo quererte un flash un trago cemento lo irónico no hay tiempo...

Silencio"!
Los otros esperando en lo que ni ellos mismos creen
desidio
Saben que nunca podrán volar
Saben que nunca podrán crecer
Saben que no serán
¿ Pesimista, yo?
desdén
La adrenalina ni siquiera alcanza
Ni el más loco de los hombres confiaría semejante revelación profética

Y sin embargo te deseo como nunca te desee
sin saberlo, sin saberte
Obstinadamente lejos de tu carne y de tu trejo
lejos de elegir, lejos de fingir, lejos de sufrir, lejos de mis ojos, lejos de tu tedio
A veces el éxtasis no es suficiente
Prendiéndote fuego en la cama
entre con la gente incinerándote en compañía caliente consumiendo tibias drogas sin saberlo

Desde el otro extremo te veo saco un cigarrillo lo prendo empieso a fumar
"te extraño, no voy a negarlo"
...en un descuido de mi pensamiento, cae una brasa sobre mi piel
se esparse como se esparse la costa roja y negra en un papel en llamas
va tomando intensidad, una chispa y prende...
...veo la catástrofe desde arriba,
mis pies están entre las llamas..." no me gusta nada esto.. che"
...creo no poder escapar de la situación, aunque el incendio no pasa de mis tobillos...
...los sacudo los airéo en dirección opuesta corro busco encuentro revuelco los pies en la arena me duermo amanece en la playa.

lunes, 2 de julio de 2007


Lo Anárquico y el Surrealismo

(Parte II)

Bosteza, bostezo
"estoy escribiendo esto por si alguien viene por ello en algún momento"
la resaca es intolerable, ni los calmantes, ni los rezos salvan; Creí haber soñado todo, la fiesta, los alucinógenos, las marcas en la piel, la cicatriz; no tenía teléfonos que molestasen, ni siquiera números, los había olvidado a todos en algún lugar:...4....6...1....
No recuerdo, no recuerda
no hacían falta, no podía consultar nada a nadie, era su único testigo abre los ojos, la cama, las sabanas, su cara en le espejo, manchas cenicientas por doquier un reloj y un calendario inmortalizados. El humo del último cigarrillo suspendido en el aire, quieto, estático, ahí
En su pecho un hueco tan grande como el crater de la playa volcánica de sus sueños
arena negra
silencio
Sobre aquél cuerpo tendido, un ser que quemaba quemaba de sexo haciendo el amor sudando secreciones gimiendo palabras profanas en movimiento
Lo supo, lo supe
Estaba condenada a vivir una vida sin él.

domingo, 1 de julio de 2007

Carta a una señorita en París

Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal, que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar... ah, querida Andrée, que difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafío me pase por los ojos como un bando de gorriones. Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua conveniencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve. Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a su mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando se me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose. Cuando siento que voy a vomitar un conejito, me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejito de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas. Entre el primero y el segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. Enseguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota de ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubiera sido preferible matar enseguida al conejito y... Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta. Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable... Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo... y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta. Me decidí, con todo, a matar al conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole de beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aunque yo... Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto baño o un paquete sumándose a los desechos). Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas... ¿Cómo explicar que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debería estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un click final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a lavanda, en el fondo de un pozo tibio. Sara no vio nada, le fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido de orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión "por ejemplo". Apenas pude me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión. Comprendía que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris. Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de profundidad. De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso). Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza. Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante no tengo nada que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol. Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López. No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro - no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así. Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen. ¡Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! ¡Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión. Y cuando regreso y subo en el ascensor -ese tramo, entre el primero y el segundo piso- me formulo noche a noche irremediablemente la vana esperanza de que no sea verdad. Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas). A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándose a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración de la alfombra, y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si... para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas. Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso. Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora - En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan. Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta a los libros del segundo estante; alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos. He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe Sara. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que será trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.

Julio Cortázar; Bestiario, Buenos Aires, Sudamericana, 1994

(Quizá un cuento lo bastante difundido, como para convertirse en popular, como para no tener ganas de leerlo una vez más, pueda explicar lo que es el Arte, el Arte de vomitar conejos...)