martes, 11 de septiembre de 2007

Cuestión de Tiempo



“En virtud de ese notable atributo que tiene el universo de independencia y superposición” Ernesto Sábato.

Desde la perspectiva de los vecinos, no se entendía bien el hecho trágico. Lo cual no era extraño; porque desde esa mirada ajena, absurda y chismosa nunca se entiende nada.
Los sucesos no eran sabidos con exactitud y todo rodaba de cuadra en cuadra como una gran esfera de conocimientos y supuestos que se tiraban hombres a mujeres y viceversa con la fuerza tal que salía de la frase: -“Eso dicen”-
Los rumores encontraron a aquel chico en la puerta, cerrada hacía ya unos días.
Sin conocer los motivos debía cumplir unos encargos malditos, que le quitaban tiempo, ese tiempo a veces sobre valorado, que la persona dueña de casa ya no tenía.
Quejándose y de mala gana entró en el habitáculo, que permanecía intacto: El mismo decorado delataba años y años de acumulación de experiencias materializadas en una cantidad proporcional de adornos (tan inútiles, por cierto, lo que a mi parecer provocan un ejercicio mental cada vez que. lejos del automaticismo, nos detenemos a observar y a cambio de unos minutos, nos regala un recuerdo); la luz entre azul que no emitía ni claridad, ni sombra, suficiente como para abandonarse a un estado de ánimo definitivo; y aquel olor, aquel olor que decía tanto. Pero lo más concreto que uno asociaba era el hecho de estar ahí y en ningún otro lugar.
Observando los rasgos comunes, el joven atravesó la sala comedor, el pasillo que dejaba entrever los cuartos, hasta llegar a la cocina. Allí se detiene. Enciende un cigarrillo, hace dos secas y una extraña sensación de culpa lo invade como si no fuera dueño de estar ahí y encima, provocando lo que en algún momento le quita el tiempo, aquel tiempo a veces sobre valorado. Entonces lo apaga en un platito que antes no cumplía la función de cenicero.
Ya agotado de pensar en las miles de cosas que tenía que hacer fuera de aquel lugar se propone a apurarse. Se topa con la puerta del patio, la abre y a su vez abre una de esas típicas puertas mosquiteras en movimiento vai ven que tienen determinadas casas.
En el exterior del habitáculo saltaba algo… el chico tardó tres minutos más en percatarse que nada ni nadie ladraba a su encuentro. Era definitivo. Aquel animal debía ya estar en manos de alguien más presente que el propio dueño.
Buscó lo necesario: agua, mijo, y se acercó sigiloso a la jaula de las loritas.
En un primer momento no notó nada como le suele pasar, cuando algo demasiado común y cotidiano: ya que el ante aquel violento allanamiento no tenía otra opción que la de convertirse en el dueño de casa.
Cuando abandona este pensamiento, nota cierta extrañeza en la conducta de las aves: allí estaban, todas revolucionadas, ellas tampoco parecían saber lo del accidente de la vida, y hablaban como en una lengua análoga a la nuestra.
Tal alteración hizo entender al joven por qué había dos loritas muertas: a una le faltaba la mitad del cuerpecito y la otra parecía atacada, ferozmente picoteada en la cabeza – por los de su misma especie… trabajo sucio el que el joven debía afrontar.
Ante cualquier incidente del tipo carnívoro, prefirió distraer a los animales vivos
dándoles de comer y beber.: se abalanzaron desquiciadamente ante el bufett, mientras que el único hombre allí con un sentimiento de culpa mayor, quitó los cuerpos, cerrando la bolsa negra.
Se culpó por el tiempo que derrochó al no visitar la casa, ya vacía y alimentar las mascotas, algunas vivas, y otras muertas que ya no tenían dueño.
Al mismo tiempo, en otro lugar, una pareja de individuos, un hombre y una mujer hacían el amor bizarramente de día, con la persiana abierta mitad hombre mitad animales mitad cuerdos, mitad locos. El televisor prendido mezclaba risas y gemidos con el sonido estéreo de los dibujitos animados en una pieza prohibida.


7 de Marzo, 2006

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